Recuperar el servicio público en favor de la ciudadanía

Dos palabras y el alboroto en el cotarro de gobernadores

Después de seis meses en el cargo, el ambiente y las dinámicas institucionales para las y los gobernadores designados no han sido un “lecho de rosas” en la tarea como representante del primer magistrado de la nación en los territorios distritales. 

 

Algunos, bisoños, otros, con experiencias en instituciones públicas, unos más con estudios de académicos de alto nivel, pero la práctica suele superar la teoría.



Los nombrados, con bastante retraso de tiempo para asumir funciones, tendrían que enfrentar los cuerpos cancerígenos de la corrupción, extendida y penetrada hasta el tuétano en la administración de los organismos del Estado, incluyendo las gobernaciones y las alcaldías. O sea, se trata de territorios minados, carcomidos por diversas redes de tráfico de influencias, conflictos de interés, entre otros males, favorecidos por un régimen de impunidad que alienta y alimenta el Ministerio Público y un grupo jueces y de magistrados.

Estos funcionarios también han tenido que lidiar con las presiones de la población que quiere resultados tangibles. Hay gente que estuvo callada mientras gobernaba directamente el pacto de corruptos, con Giammattei y su séquito de serviles a la cabeza, ahora sacan los dientes para exigir, alentados, además, por caciques y financistas que quieren seguir mamando de la “teta estatal”.

En medio de esa doble presión, casi a finales de octubre surgen declaraciones periodísticas atribuidas a la secretaria privada del presidente, anunciando que habrá una evaluación del desempeño de las y los gobernadores y, como consecuencia, puede haber destituciones.

Esas dos palabras, evaluación y destitución, vinieron a generar alboroto en el cotarro; además, coincidieron otras publicaciones periodísticas con acusaciones -sin evidencias- de corrupción que involucrarían a gobernadores, directores ejecutivos del Codedes, incluso, diputados oficialistas. El asunto -de ser cierto o de comprobarse- sería muy polémico, porque Arévalo entusiasmó en los electores para ganar la presidencia con la oferta de combatir la corrupción.

Antes de este alboroto, la opinión pública señaló como problema de los gobernadores la baja ejecución presupuestaria en los consejos departamentales de desarrollo que ellos presiden. En mi opinión, ese problema está asociado con la tardanza del presidente para nombrarlos. Además, la ejecución del presupuesto también, especialmente de los alcaldes y de sus directores de planificación.

Otro factor involucra a funcionarios del gobierno central, como Salud Pública o Ministerio de Ambiente, entre otros, que deben emitir documentos técnicos que avalen la viabilidad de los proyectos, que, finalmente aprueba la Secretaría General de Planificación -Segeplan-.

El mandatario debe considerar también otros dos factores que jugaron en contra. Por un lado, el error de haber destituido a los gobernadores anteriores, sin haber preparado el terreno para evitar la paralización en los Codedes, por la falta de gobernador. Y por otro, acciones de legales en contra de algunos de gobernadores nombrados, lo cual dejó en el limbo el pleno funcionamiento de estas entidades.

La evaluación de desempeño es útil y necesaria en todas las instituciones públicas de los tres organismos del Estado. Pero éste no debe un proceso a “rajatablas”. La evaluación debe contar con instrumentos técnicos probados y estandarizados en la práctica del servicio público, bajo criterios objetivos, imparciales y con certeza jurídica. 

La secretaria privada de Arévalo en ningún punto de sus declaraciones cita criterios e indicadores para medir el desempeño de los gobernadores. Sin esos instrumentos técnicos de medición de desempeño, la destitución de gobernadores, será antojadiza, casuística y discrecional. Y por ello caería en la politiquería de los dos mandatarios anteriores, Giammattei y Morales, quienes cambiaron y destituyeron gobernadores para “repartir el pastel” del clientelismo político. Imagen tomada de ojoconmipisto.

Jocotenango, 4 de noviembre de 2024.